Woody Allen, su hija y "Match Point"



por Santiago Meilán
 

Más allá de la figura pública que representa Allen, la difusión que por estos días se dio al abuso por su parte de la hija nacida de su matrimonio con Mía Farrow, no deja de ser significativo el título del supuesto delito: “abuso deshonesto”. ¿Cuándo se perpetra esta figura?, precisamente cuando proviene de aquel cuyo fin se suponía en el otro extremo, el del cuidado.
No deja de ser relevante digo, porque la notoriedad del delincuente hace pensar en un doble sufrimiento por parte de la víctima, el dolor y la amenaza de la culpa. Como quiera que fuera el caso estalló.
Allen ya había protagonizado otros escándalos, amparado bajo su fama excéntrica, fugándose con otra hija de un matrimonio anterior de Farrow, y esto nos hace pensar si lo patológico de Woody Allen no forma parte ya de cierta espectacularidad que lo rodea.
Sin haber ahondado en los pormenores del caso, en parte por el amarillismo que cubre las noticias de este tenor, en parte por el silenciamiento que se le imprimió al asunto, lo cierto es que mucho antes que el escándalo se desatara, un canal de TV ya había programado la proyección de uno de los filmes del director estrella de Manhattan: Match Point.
Para quienes vieron este film, especialmente para los seguidores de Allen a la luz del reconocido psicologismo que envuelve sus películas y sobre todo para aquellos que lo vieron luego de las denuncias de su hija, como fue mi caso, la trama de Match Point llama la atención fuertemente. ¿Qué cuenta la película? Es la historia de un entrenador de tenis llamado Chris Wilton, actor cuyo nombre real se me escapa, que cae enamorado de la novia de uno de sus alumnos, Scarlett Johansson, quien queda embarazada de aquél y amenaza con interferir en la nueva vida del entrenador, el cual se ha casado con la hermana de su alumno.
La solución del dilema, una vez que el protagonista es enterado del embarazo de su amante, consiste en asesinarla y hacer pasar el homicidio como un delito cometido por ladrones adictos a las drogas.
Las resonancias que posee este film con respecto a la aberración cometida por Allen contra su hija, pues no hay genio que valga para un caso de abuso, son asombrosas. El infierno que vive el protagonista de la película, quien ha finalmente encarado una nueva vida promisoria como empleado de su suegro en una firma pujante, es suficientemente reforzado hasta llevarlo trágicamente a la decisión final de eliminar a la amante.
Sería una buena película, lo es, pero las conexiones que guarda con la vida de su creador la vuelven en cambio perversamente interesante, puesto que sirve de alegato, como quien dijera, por las similitudes inocultables con la vida real: un crimen pasional, la inoperancia amarillista de la policía, y una figura “intachable”, la del exitoso Christopher Wilton, que disuade la investigación hasta su completo olvido.
Falta retratar en Match Point los remordimientos esperables aun para un asesino “con causa justa”, falta la escena final del crimen, puesto que Yohanson muere off screen, y sobre todo falta la justicia, permutada por la suerte de un alma atormentada.
Una vez más, un gran golpe del delirante director noyorquino, cuya vida fuera de cámara brinda elementos siniestros aplicables a sus filmes paranoicos. A quienes les choque el caso del abuso de menores, y éste en particular, se les recomienda ver Match Point, como así también a todo público, si es que pueda servir acaso comprender qué pasa por la mente de los abusadores.

 


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